Crónica Valencia.

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"Médicas en la vanguardia del 29O: 'La herida sigue sin sanar'"

En Picanya, los médicos de familia se han mantenido firme en su compromiso tras la devastadora dana del 29 de octubre del año pasado, que dejó un trágico saldo de 229 vidas perdidas. Un año después, continúan enfrentándose a las secuelas emocionales y físicas en sus consultas, preocupándose por el bienestar de sus pacientes. La doctora María Marín, coordinadora del centro médico, destaca que la herida sigue abierta, pero no se permite queja alguna, ya que considera que es parte de su vocación y deber profesional.

María, quien lleva 13 años atendiendo a sus pacientes, subraya la importancia de la empatía en su práctica. Cada vez que un paciente visita su consulta, hace un esfuerzo consciente por conocer su estado emocional, devolviéndoles un poco de alivio en medio de su sufrimiento. “Es fundamental que se sientan escuchados y comprendidos”, dice, aunque reconoce que esto también provoca que se lleve a casa el peso emocional de sus experiencias, manteniendo viva esa herida que todos han compartido.

La coordinadora ha decidido compartir su experiencia en este primer aniversario de la tragedia, no para reabrir viejas heridas, sino para ofrecer lecciones valiosas sobre lo ocurrido y cómo avanzar. “Es vital aprender de los errores del pasado y mejorar en la coordinación y comunicación para que un desastre similar no se repita”, apunta con claridad, enfatizando la necesidad de planes claros y establecidos.

Marín recuerda ese fatídico día, mientras se encontraba comprando, cuando el agua comenzó a desbordarse en el barranco cercano. Al recibir la alerta sobre el peligro inminente, se acercó al centro de salud y decidió cerrarlo para salvaguardar las vidas de quienes pudieran estar en riesgo. “Era necesario actuar rápido y no permitir que nadie estuviera en peligro”, afirma.

Al llegar, encontró que el agua ya había comenzado a inundar el área. Tras asegurarse de que los pacientes fueran evacuados, su camino hacia casa se volvió imposible debido a las inundaciones. “Pasé la noche observando cómo el agua subía, sin poder hacer nada. Fue el inicio de un desastre”, rememora con la voz entrecortada.

En la madrugada, se enteró de que algunos pacientes habían sido llevados a una residencia no inaugurada. Decidió ir a ayudar, y aunque el camino hacia el centro de salud estaba cubierto de barro y escombros, logró entrar y recuperar un pequeño maletín con suministros médicos. “La necesidad era abrumadora y carecíamos de recursos”, recuerda, destacando que una alerta advertía sobre la posibilidad de un segundo desbordamiento.

Tras realizar las primeras asistencias, se dio cuenta de que necesitaba más medicamentos. Caminó hasta los bomberos en busca de ayuda y, afortunadamente, un bombero voluntario la llevó a una farmacia cercana. “A pesar de no tener recetas, expliqué la situación y el farmacéutico confió en mí”, relata con gratitud.

Con el paso de los días, los voluntarios comenzaron a llegar, algunos de ellos médicos, estableciendo turnos para atender a los aproximadamente 200 pacientes que aparecían cada día. Se adaptaron rápidamente a las circunstancias cambiantes, aprendizaje que la doctora Marín considera un triunfo personal en medio de la adversidad.

A pesar de la ayuda, el impacto emocional fue profundo. “Al principio, las personas estaban en shock, como si fueran zombies. El sufrimiento fue enorme y muchos siguen cargando con traumas psicológicos”, afirma. Estas secuelas se han manifestado en formas de ansiedad y problemas de insomnio en la población, algo que también afecta al personal médico.

El equipo médico ha intentado apoyarse mutuamente, y aunque algunos compañeros necesitaban tomar un tiempo para recuperarse, no han solicitado traslados. “A pesar de lo difícil que puede ser, sentimos la obligación de estar aquí, porque sabemos que somos necesarios”, subraya Marín.

Marta Domínguez, residente de tercer año en el centro de salud de Torrent, comparte esta visión. Atrapada en su turno de guardia, fue una de las primeras en atender a los evacuados. Un año después, siente una mezcla de impotencia y determinación, reconociendo la necesidad de mejorar la respuesta ante tales emergencias.

La noche de la dana ha marcado a muchos, quienes continúan luchando con el trauma. “En las consultas, los pacientes están comenzando a abrirse, pero todavía hay quienes temen hablar de lo sucedido”, concluye la doctora, resaltando la importancia de fomentar un ambiente en el que todos puedan sanar.